lunes, 1 de abril de 2019

CESAR DE LA CONSTANZA

Cesar Tena y Constanza Acedo

Ni que decir tiene que mis primeros recuerdos y vivencias empiezan allá por de los años cincuenta en la casa donde vivíamos en la Plaza. 
Los rescoldos de la sangrienta Guerra Civil estaban aún calientes aunque las llagas y heridas que ella provocó estaban cicatrizando.
Vine al mundo en medio de una familia numerosa, humilde  y sencilla compuesta por mis padres César y Constanza y mis cuatro hermanos Rafael, Antonia, Quico y Manolo.
Eran tiempos muy difíciles. Mi padre ejercía de zapatero.......
Manuel de Algaba vivía donde hoy tiene la Natalia el comercio. Era un personaje muy peculiar en aquella época en la que los benquerencianos trataban ..........
Entre otras cosas se dedicaba a tomar medida de las personas para construir su ataúd con madera de las cajas de sardinas cuando se le aproximaba la hora final. Luego lo pintaba, le ponía unas asas y a esperar el óbito.
Antes creo recordar que aquí arriba había un herrero, no se si era el mismo de Castuera que luego se trasladó a la carretera. Manuel era muy curioso ya cada instrumento u aparato los desmontaba y montaba para ver sus piezas. Era corriente el dicho que decía: “Te va a pasar como a Manuel de Algaba que desmontaba un reloj y al montarlo siempre le sobraban piezas”.
En su casa, al terminar la Guerra Civil se instaló el Servicio Social en un habitación muy espaciosa en la que se pusieron cuatro o cinco mesas. Cada día, venían los benquerencianos que lo necesitaban, sobre todo los del Rabo y se les proveía de los alimentos básicos.Eugenio Calderón era el encargado.
Se pusierton en funcionamiento las Caartillas de Racionamiento que llevaban unos cupones que se iban cortando cuando les entregaban los productos a los que tenían derecho sus propietarios.
Además de los productos básicos también se les proporciona a los mayores cada quince o veinte días los paquetes de tabaco asignados.
En esta casa, en la parte de arriba estaba el médico D. Julio estaba de pensión en casa de la Pilar de Roque. Al subir las escaleras, en la primera habitación, tenía su consulta. Era un personaje muy peculiar. Cuando tenía que visitar a algún paciente ya entraba por la puerta de la calle con la jeringa preparada  “para entrar a matar”.
Cuando llegaba las quintas tenía que hacer la revisión a todos .los mozos. Él no se cortaba ni un pelo. Los dejaba como vinieron al mundo y tactaba todas las partes del cuerpo por si había alguna hernia a algua anomalía. Así que en esta casa estuvo la herrería, Auxilio Social y el médico.
Antes de D.Julio el médico era D. Rafael que vivía en la Roda. Cuentan que en los “años del hambre” le llamaron porque un paciente estaba bastante mal y hacía  días que no se levantaba de la cama. 
D. Rafael acudió presto a visitarle y una vez que le examinó le dijo a su esposa: “María ve al comercio de Puchas y compra un par de kilos de tocino de veta y dos docenas de huevos. Que te lo fie que ya pasaré yo por allí. Tres veces al día le das un buena loncha de tocino y un par de huevos. Después veremos que rumbo toma la enfermedad pero seguro que cuando se termine el tratamiento Juan estará totalmente recuperado”. Por supuesto que se cumplieron las previsiones de D. Rafael ya que acertó plenamente en el diagnóstico del paciente que en un par de semanas estaba como si nada le hubiese pasado. En aquellos años las anemias y desnutriciones eran muy frecuentes en nuestro pequeño pueblo.
Recuerdo que ya en años posteriores a medio día acudíamos a tomar chatos de vino a casa de la Pepa de la Rata. Mi mente evoca vivencias como si sucedieran hoy mismo.  Cada día a la misma hora y nada más terminar su jornada subía Antotonio, el herrero, tiznado hasta las orejas y daba buena cuenta de su correspondiente ración de vino.
Era increíble como la Pepa tenía calculado el vino que bebían cada día sus clientes: litro y medio de fulanito, un litro de menganito…….medio litro de…..dos tanques de…. Hasta que se completaba la garrafa.
En un barreño ponía las botellas llenas metidas en agua. Otras las envolvía en un trapo mojado y las colocaba en la corriente de la casa.
Los días que había un consumo excesivo se asomaba a la puerta y decía: “Ya es la una y media. Luis está a punto de llegar”. Por supuesto que la garrafa era bienvenida y a pesar de la temperatura que traía el vino en su traslado desde Castuera 

 VÍDEO DE CÉSAR TENA

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